Pensar en el significado de Historia, me lleva a recurrir al libro «Viajes con Heródoto», de Ryszard Kapuscinki, y a su personaje, un hombre que entendiendo la importancia del saber del ayer, más que del mañana, podía acercarse más al hoy.
«Historia», tal y como la describe Heródoto, no es más que investigar y conocer acerca del hombre. Y de eso va nuestro mundo. De tierras, de dioses y de hombres. Del misterio de la vida, y del descubrimiento de otras vidas distintas a la nuestra. Investigar y conocer lo que existe más allá de la puerta de nuestro hogar, es lo que ha hecho al ser humano avanzar, crecer, progresar, incluso errar. Y ahora, me pregunto, a dónde vamos? Dónde está la frontera entre el cielo y el mar? Dónde está esa línea que separa un lugar de otro? Si no existen fronteras reales, aduanas que limiten el paso del ritmo de la vida, en que momento perdimos la orientación y equivocamos el rumbo? No deberíamos empezar a borrar esas líneas entre el otro y nosotros?
En la otra orilla, observamos como se balancea la vida. Observamos el paso del tiempo, y como el día da paso a la noche, y esta al día, de nuevo. Todo sigue su curso. Pero hay de aquel, que ose cruzar el río, y se muestre. Cada vez el cerco es más estrecho, a pesar de que el mundo es más grande.
Y olvidamos. De nuevo olvidamos a que hemos venido. Decía Kapuscinski, que Heródoto, tenía obsesión por el tema de la memoria. «Es consciente, de que la memoria es defectuosa, frágil, efímera e, incluso ilusoria. De que todo lo que guarda en su interior puede esfumarse, desaparecer sin dejar rastro….todas las personas que habitan el mundo de entonces viven embargadas por el mismo temor. Sin la memoria no se puede vivir, ella eleva el hombre por encima del mundo animal, constituye la forma de su alma y, al mismo tiempo es tan engañosa, tan inasible, tan traicionera. Esta es la causa de que el hombre se muestre tan inseguro de sí mismo….El hombre contemporáneo no se preocupa por su memoria individual porque vive rodeado de memoria almacenada.» Y añadiría, vive acostumbrado a la inmediatez de la memoria. «En el mundo de Heródoto, el individuo es prácticamente el único depositario de la memoria. De manera que para llegar a aquello que ha sido recordado hay que llegar a él; y si vive lejos de nuestra morada, tenemos que ir a buscarlo, emprender el viaje, y cuándo ya lo encontremos, sentarnos junto a él y escuchar».
Que rápido hemos olvidado! Nuestra memoria, ha olvidado escuchar que nos tiene que decir el otro. Y si nos encontramos con el otro, posiblemente evitemos mirarlo. Eso sería como recordarnos, que todavía nos queda mucho camino por recorrer. Mucho que aprender, y mucho que recordar. La historia se sucede de nuevo, tras el paso del tiempo. Pero cada vez que hay «un de nuevo», también existe un «no retorno». No podemos «impedir que el tiempo borre la memoria de la historia de la humanidad».
Y con el tiempo, aquí estamos. Unos frente a los otros, enfrentados, temerosos. Predispuestos a negar la memoria. Con miedo a cruzar la frontera.
Y tal y como iniciaba su viaje Kapuscinski, en Viajes con Heródoto, «Cruzar la Frontera: antes de que prosiga su viaje -escalando senderos escarpados, surcando el mar a bordo de un barco, cabalgando por las estepas de Asia-, antes de que llegue a la morada de los desconfiados escitas, descubra las maravillas de Babilonia y sondee los misterios del Nilo, antes de que conozca cien nuevos lugares y vea mil cosas incomprensibles…»
Antes de que eso suceda, y olvidemos que fuimos hombres y dioses en la tierra. Antes de eso, emprendamos el VIAJE.